jueves, 9 de junio de 2011

Elección masculina de objeto amoroso. Freud

1. «Perjuicio del tercero», y consiste en que el sujeto no elegirá jamás como objeto amoroso a una mujer que se halle aún libre; esto es, a una muchacha soltera o a una mujer independiente de todo lazo amoroso. Su elección recaerá, por el contrario, invariablemente, en alguna mujer sobre la cual pueda ya hacer valer un derecho de propiedad otro hombre; marido, novio o amante. Esta condición muestra a veces tal inflexibilidad, que una mujer indiferente al sujeto, o hasta despreciada por él mientras permaneció libre, pasa a constituirse en objeto de su amor en cuanto entable relaciones amorosas con otro hombre.

2. Amor a la prostituta (exagerando un poco) Esta segunda condición consiste en que la mujer casta e intachable no ejerce nunca sobre el sujeto aquella atracción que podría constituirla en objeto amoroso, quedando reservado tal privilegio a aquellas otras sexualmente sospechosas, cuya pureza y fidelidad pueden ponerse en duda. Dentro de este carácter cabe toda una serie de matices, desde la casada ligeramente asequible al flirt hasta la francamente entregada a la poligamia; pero el sujeto de nuestro tipo no renunciará jamás en su elección a algo de este orden.

La condición primera facilita la satisfacción de impulsos rivales y hostiles contra el hombre a quien se roba la mujer amada. La segunda, que exige la liviandad de la mujer, provoca los celos, que parecen constituir una necesidad para los amantes de este tipo. Sólo cuando pueden arder en celos alcanza su amor máxima intensidad y adquiere para ellos la mujer su pleno valor, por lo cual no dejarán nunca de aprovechar toda posible ocasión de vivir tan intensas sensaciones. Mas, para mayor singularidad, no es el poseedor legal de la mujer amada quien provoca sus celos, sino otras distintas personas, cuyo trato con el objeto de su amor pueda inspirarles alguna sospecha. En los casos extremos, el sujeto no muestra ningún deseo de ser el único dueño de la mujer y parece encontrarse muy a gusto en el ménage à trois.

En la vida erótica normal, el valor de la mujer es determinado por su integridad sexual y disminuye en razón directa de su acercamiento a la prostitución. Parece, pues, una singular anormalidad que los amantes de este tipo consideren como objetos eróticos valiosísimos precisamente aquellas mujeres cuya conducta sexual es, por lo menos, dudosa. En sus relaciones con mujeres de este orden ponen nuestros sujetos todas sus energías psíquicas, desinteresándose por completo de cuanto no se refiere a su amor. Son, para ellos, las únicas mujeres a quienes se puede amar, y en cada una de sus pasiones de esta clase se juran observar una absoluta fidelidad al objeto amado, aunque luego no cumplan tan apasionado propósito. Estos caracteres de las relaciones amorosas descritas muestran claramente impreso un carácter obsesivo, propio por lo demás en cierto grado de todo enamoramiento. Pero de la fidelidad e intensidad de uno de estos enamoramientos no debe deducirse que llene la vida entera del sujeto o constituya en ella un caso único. Por lo contrario, en la vida de los individuos pertenecientes a este tipo se repiten tales enamoramientos con idénticas singularidades. Los objetos eróticos pueden llegar incluso a constituir una larga serie, sustituyéndose unos a otros conforme a circunstancias exteriores; por ejemplo, los cambios de residencia y de medio.


4. Uno de los caracteres más singulares de este tipo de amante es su tendencia a salvar a la mujer elegida. El sujeto tiene la convicción de ser necesario a su amada, que sin él perdería todo apoyo moral y descendería rápidamente a un nivel lamentable. La salva pues, no abandonándola, pase lo que pase. La intención redentora puede hallarse justificada algunas veces por la ligereza sexual de la mujer y por la amenaza que pesa sobre su posición social; pero surge igualmente y con idéntica intensidad en aquellos casos en los que no se dan tales circunstancias reales. Uno de los individuos de este tipo, que sabía conquistar a sus damas con perfectas artes de seducción e ingeniosa dialéctica, no retrocedía luego ante ningún esfuerzo para conservar a sus amantes en el camino de la «virtud», escribiendo para ello originales tratados de moral. 





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